jueves, 4 de junio de 2009

Era una tarde tan gris como mi vida de antes...


Nadie entendía sus raras costumbres, pero eso le hacía sentirse diferente. Y en este mundo donde la gente parecía tan vacía, diferente era una de las mejores cosas que podía ser. Cuando salía del trabajo siempre se tomaba su café, pero cada día en un sitio distinto.

Nunca le gustó repetir. Y habría conocido todas las cafeterías de Madrid de no ser porque el día menos pensado sucedió lo más inesperado. Una tarde, mientras se distraía con las ondas que formaba la cucharilla en el café, alguien cogió la silla en la que nadie se sentaba nunca. Y no, esta vez no era para pedirle permiso y llevársela a otra mesa.

Él no levantó la mirada hasta que no estuvo seguro de que efectivamente alguien se había sentado frente a él. Con todo el descaro del mundo. Para qué pedir permiso. Sus ojos miraron al frente y ahí estaba ella. Unos diez años más joven que él, pero con la apariencia de llevar cientos de horas sin dormir, quizá una vida entera. La miró fijamente y ella le miró. Se quedó impresionado al ver su largo pelo rubio y sus ojos grandes y claros. Pensó que, de haberla encontrado en un cuento y no en aquella tarde tan gris, ella hubiera sido la princesa del castillo. Pero no parecía que hubiera estado en muchos cuentos y su expresión más bien parecía esconder miles de cristales rotos. Colocó su mochila rosa y sucia encima de la mesa y ahí se recostó sin apartar su mirada de él. Al rato, recogió sus cosas y salió por donde había venido.

Al día siguiente, y por primera vez en bastante tiempo, él decidió repetir y eligió la misma cafetería para desconectar de su rutina de cada día. Y diez minutos después entró ella. Un instante en la barra, agarró su batido y se dirigió a la mesa donde estaba (donde la esperaba) él. Y allí pasaron un buen rato, sin dirigirse la palabra pero sin apartarse la mirada. La expresión de esa chica le fascinaba, su forma de pedir ayuda sin hablar…

En apenas dos meses, ella se había convertido en lo mejor de su rutina y él ya no se distraía con las ondas del café. Cada uno se refugiaba en la existencia del otro, hasta el punto de que un día que él salió media hora más tarde del trabajo, cuando fue a su lugar de encuentro la vio sentada donde siempre, con su batidito en la mano y los ojos empañados. No sabía en qué momento habían empezado a depender tanto de sus tardes a las seis, pero tenía la sensación de que su mirada azul cielo ocultaba nubes de tormenta. Y lo peor es que la fascinación que sentía por ella le había impedido ver los cambios que iba sufriendo día a día: cada vez estaba más delgada, su mirada se entristecía y sus manos hacía días que temblaban cuando sujetaban el vaso. Pero él no se daba cuenta de eso. Ni siquiera al ver su ropa vieja y rota se preguntaba en qué se gastaría el dinero aquel ángel que debería dedicar las tardes a hablar de chicos con sus amigas o estudiando en vez de pasarlas con alguien como él. Sólo sabía verla a ella, no a todo lo que la rodeaba.

Por eso se le paró el alma cuando un día como otro cualquiera ella ya no apareció, y desde ese día la silla donde nadie se sentaba nunca volvió a ser la silla donde nadie se sentaba nunca, y ya nadie pedía batidos a las seis de la tarde ni se recostaba en su mochila como si el mundo sólo viviera en una mesa de bar. Y ya daba igual que la esperara durante horas o días porque la vida, como un tren que siempre va demasiado deprisa y siempre llega demasiado tarde, se la había llevado por delante como se van las mayores ilusiones: dejándolo todo más feo.
(DIEGO GARCÍA)

“La vida mil vueltas da,
en una de ellas bajaste…”


4 comentarios:

Pez. dijo...

Un texto envidiablemente bueno.

Lau! dijo...

Quién era chica? xQ precisamente en su mesa? xQ no hablaba? xQ no le pidió ayuda? Q la pasó? vale, vale, ya paro.. Pero ya sabes como soy, inevitable hacer ciertas preguntas...
Me lo estaba imaginando, mientras lo leía me lo imaginaba.
Una vez más, el texto prometía ya sólo por el título, y una vez más ha sido mucho mejor que eso que prometía!
No dejes de escribir NUNCA!
y una vez más, gracias por no quedártelo para ti, por compartirlo con quién quiera dedicar un rato de su tiempo en leer lo que escribes!
Me encanta.
Un besazo!

Eva dijo...

Joder que bonito y triste a la vez.
Supongo que a veces no cal hablar que con sólo una simple mirada te puedes decir muchas cosas, por mucho que lo hagas con alguien desconocido.
Me encanta lo que crea tu cabecita.
Un besote.

Marga Esteban dijo...

Cuántas personas se han ido por no atreverse a hablar ¿verdad?. Qué bonito. Gracias