domingo, 29 de marzo de 2009

Banderas rojas

"Hoy ha vuelto a pasar..."
Pues sí, soy un adicto. Hace tiempo que llegué a esa conclusión. Pero no un adicto típico, de los de drogas, de tabaco, de alcohol, de café, de telenovelas, de oler pegamento o (peor aún) de Operación Triunfo... no, de ésos no.

Soy un adicto a cosas más graves y más peligrosas: adicto a sonrisas eternas, adicto a conversaciones que ojalá nunca acabaran, adicto a sensaciones indescriptibles, adicto a paisajes verdes y azules, adicto a viajes que recuerdo como si todos fueran ayer, adicto a las bolas de nieve, adicto al té con limón, adicto a personas “perfectas” que no me convienen pero que no se van hasta que se han ido de la peor forma posible, sin decir ni adiós y sin siquiera girarse para ver cómo lo han dejado todo lleno de escombros... Adicto a sacar mil conclusiones de todo y no aprender nunca de nada, quizá por vergüenza de reconocer lo tonto que había sido antes.

Pero lo peor es que soy adicto a cosas que no vuelven... a haber sido tremendamente feliz y dudar tanto si algún día voy a volver a serlo... adicto a miles y miles de recuerdos a los que vuelvo en noches como la de hoy. Y da igual que nunca haya podido tener claro si un recuerdo es algo que alguien tiene o algo que alguien pierde. Da igual porque hay recuerdos que siempre están ahí, como los que me traen a la memoria aquellos tiempos en los que los domingos eran realmente domingos, con su risa tonta y sus lagrimitas de niño de diez años porque se acababa un fin de semana perfecto que, desde luego, no se ha parecido a éste.

Pero todo esto algún día merecerá la pena. Porque los adictos vamos por la vida siempre con banderas rojas pero acabamos entrando en el agua porque, esté del color que esté la bandera, no sabemos quedarnos sentados en la arena. Y me daré cuenta de que quien inventó las banderas rojas para evitar que la gente entrara en el agua, ése, no tenía ni idea de lo que es ser feliz. Porque algún día me meteré en el mar y no saldré jamás.

Porque mi vida no es como las demás. Es la más complicada, sencilla, desgraciada y afortunada del mundo porque es la mía. Aunque quiera o no, lo acepte o no, lo reconozca o no, me pase la vida ante las dudas (que es como estar ante las dudas).


martes, 24 de marzo de 2009

Vestidos de gente corriente


¿Alguna vez has sentido que el carnaval estaba fuera, y tú en casa viéndolo pasar desde el cristal?

¿Alguna vez te has entretenido con las notas que descansan después de haber parado la música?

sábado, 21 de marzo de 2009

Detesto ser el que va detrás y te levanta

Esta noche dejo aquí una de mis favoritas, de un grupo que tiene muchísimo que ver conmigo. Una de las cinco canciones que me llevaría a una isla desierta. Os sorprendería saber la cantidad de veces que esos primeros 10 segundos dan vueltas por mi cabeza...

Y se la dedico a aquellos días tan raros del final del aquel verano tan bonito, al barrio de Malasaña por ser la leche, a la calle Fuencarral por ser la mejor del mundo, a mi eterna relación de amor-odio con Madrid, a mis inmortales dudas sobre todo lo que se mueve, a todo lo que me corre por la tripa, a mi insensata lucha diaria por buscar motivaciones...

Pero sobre todo se la dedico a la gente que, como yo, conoce miles de formas de engancharse a cualquier cosa que tenga una mínima capacidad de enganchar.



viernes, 13 de marzo de 2009

Jugando en otra ruleta

A la orilla de una piscina y de un verano, descubristeis que el cielo empieza a tres metros de la tierra. Que las venas del mundo arrastran vuestra sangre, como un río desbordado que lleva muebles, juguetes, la ropa de los ahogados... Que vuestro corazón puede ser una casa vacía o una acera por donde, sólo de tarde en tarde, pasa la fortuna.



Sí, llovió duro. La noche fue una ruleta trucada, una moneda lanzada al aire que cayó por el lado de la cruz, un mal viento, una mala noche para acabar con un tiempo de sueño. Después vinieron todas esas nubes, vientos y sol que yo anunciaba cuando el mundo era posible. Pero allí, detrás del horizonte, siempre intuimos el fulgor de lo desconocido. El reflejo de la vida que, quién sabe, quizá jugando en otra ruleta habríamos podido alcanzar.
(El camino de los ingleses, 2006)

martes, 10 de marzo de 2009

Mirar hacia dentro

Conozco a mucha gente, aunque muy poca gente me conozca a mí. De todas las personas que conozco, creo que hay dos o tres que saben más o menos cómo se mueven las cosas dentro de mí, pero eso no quiere decir que me conozcan perfectamente, ni mucho menos. Me inquieta esa imagen de chico raro que me acompaña, pero no tengo ningún derecho a quejarme porque es algo que he construido yo solito. Además, viendo cómo está la vida y la gente en general, no me parece mala señal ser raro. Me parecería más preocupante que alguien dijera que soy normal. En cuanto a lo de quejarme de mi suerte, es algo que después de un tiempo pensando he decidido descartar, sobre todo porque nunca he creído en la suerte.

Hay cosas importantísimas de mí que nadie sabe. Nadie sabe que cuando todo se pone negro me encierro en mi habitación y hago cosas raras, como por ejemplo darle vueltas a la manivela de la cajita de música que tengo, y dejar que suene mil veces la banda sonora de una película inolvidable. Nadie sabe el enorme sentido de libertad que tengo dentro, yo hace tiempo que empecé a sospecharlo y ahora pienso que en el futuro puede traerme algún que otro problema.

Creo que nací con defectos de fábrica. No sé gritar. Hablo demasiado bajo y demasiado “para el cuello de la camisa”. Me cuesta hablar por teléfono sin trabarme y pensar que es el peor invento del mundo. No sé salir de fiesta, no sé emborracharme ni solucionar mis problemas con una noche loca. No sé vivir sin recuerdos, y tiendo a vivir de los malos porque los buenos me suelen parecer demasiado irreales. Mi concepto de la amistad es defectuoso. Me cuesta mucho confiar en la gente, y una consecuencia de eso es que cuando hablo con alguien mis ojos se me van a su boca, no a los suyos (estoy en proceso de solucionar eso, aunque por traumas pasados no creo que llegue a confiar en la gente en general así porque sí), lo cual me parece una gran putada porque sin duda lo que más me gusta de la gente son los ojos.

Hay dos palabras que empiezan por “auto-“ que me acompañan allá donde voy, pero por motivos distintos. Una es autocontrol y la otra es autodestrucción. Desgraciadamente ando escaso de la buena, y me sobra bastante de la mala pero bueno, eso también está en proceso de mejora. Me preocupa especialmente lo del autocontrol, porque es algo que procuro fortalecer día a día, pero luego siempre ocurre algo que me cruza los cables, y cuando me quiero dar cuenta las cosas ya se han puesto muy feas. El día que aprenda a controlar esos cables, voy a ser un poquito más feliz.

La música que me gusta es rara. No tengo un estilo preferido, prefiero que la gente saque sus conclusiones a partir las cosas que suelo escuchar. No soporto que pongan las canciones millones de veces en la radio, y si eso ocurriera con alguno de “mis grupos”, me molestaría bastante. Escucho miles de estilos diferentes, pero cualquiera que me conozca un poquito sabrá que sin Quique González mi vida sería muy diferente, así que tendré que agradecer aquel golpe de suerte que me llevó a descubrirle allá por el verano de 2004. Otra de las cosas que nadie sabe es cuánto me llegó a joder el haberme quedado sin ir a verle en Diciembre del año pasado en Joy Eslava. También es famosa la enorme influencia que me ha producido Enrique Urquijo, tanto su vida como su obra, a partes iguales. Antonio Vega, Carlos Chaouen, Alfredo González, Luis Eduardo Aute... ocupan también bastante de mi tiempo, y estoy seguro de que es por una cuestión de identificación. Es tan sencillo como esto: ellos hacen lo que a mí me encantaría hacer.

Últimamente me ha dado por el cine. Creo que en el último año he visto más películas que en toda mi vida anterior. Lo único que les pido es que me transmitan algo. Cuando eso ocurre, me puedo quedar pensando en la peli horas, días, semanas... o toda la vida. Si hay un solo personaje en el que encuentre un pedazo de mí, puedo llegar a verla miles de veces. Ejemplos: “Los amantes del Círculo Polar”, “Tu vida en 65 minutos”, “Azuloscurocasinegro”, “Días azules”, “El camino de los ingleses”...

Viajar me parece casi la mejor forma de dedicar el tiempo y el dinero. Hay miles de sitios que quisiera visitar, y me iría de viaje casi con cualquier persona que tuviera las mismas ganas que yo de conocer mundo. Si no hay tiempo ni dinero para coger un tren o un avión, siempre me queda Madrid. No voy a parar hasta conocer cada rincón de esta ciudad, me interesan sobre todo las zonas de calles estrechas y gente rara.

La gente dice que tengo cosas buenas. Por lo visto sé escuchar, lo cual es una buena noticia porque saber hacer algo que te encanta no ocurre todos los días. Se dice también que es agradable estar conmigo, pero eso contrasta con el hecho de que para mí no es tan fácil estar a gusto con cualquiera. También se dicen por ahí otras cosas buenas de mí, pero no creo que sea yo el que deba decirlas, independientemente de que sean verdad o no. En realidad me basta con que la gente vea en mí a alguien que ni da, ni quiere, ni piensa, ni siente, ni transmite lo mismo que el resto. Casi nada...

Hace bien poco, una de esas dos o tres personas de las que hablaba en el primer párrafo me definió como alguien incomprendido, intrigante y especial. Además, añadió algo que me dejó pensando. Dijo que a veces tengo que luchar conmigo mismo. Y sí, tiene toda la razón.

sábado, 7 de marzo de 2009

Y soñó la libertad


Desde su celda, sólo se podía ver el mar. Y una casa blanca entre el azul.

Le encantaba asomarse cada mañana y ver cómo se levantaba esa persiana y aparecía ella. Con la misma cara de sueño de siempre, pero resplandeciente como nunca. Su pelo largo y negro, como largos y negros se le habían hecho los días, los años, entre aquellas cuatro paredes hasta que María levantó aquella persiana por primera vez. En realidad no sabía su nombre, pero para él era María desde la primera vez que la vio a lo lejos. Habría dado lo que fuera por preguntarle su nombre, por comprobar si sus ojos eran tan azules como él se los había imaginado, o su voz tan cálida como la tarde de Agosto en la que comenzó a sentir cosas raras en su estómago.

Y cada vez que la veía, olvidaba el motivo que le había llevado a pasar entre rejas el resto de sus días y sus noches. Prefería olvidarlo. Porque pensar que en otra situación podría ir a hablar con María, abrazarla, conocerla poco a poco, enamorarse de cada uno de sus detalles... Pensar que había perdido la oportunidad de vivir todo eso le hacía sentirse el hombre más pequeño del mundo. Y el más estúpido.

María lo era todo. Podía estar mañanas enteras asomado, esperando los diez segundos en los que ella aparecía con su sonrisa. La vida había empezado a tener otro sentido desde que hace años la imagen de María inundaba sus pensamientos. No pensaba en las rejas, ni en la asquerosa comida que le daban, ni en su vacío futuro... Sólo en María. De día en la ventana. De noche en sus sueños.

Soñaba que estaba con ella, que la celda donde estaba encerrado se convertía en su cuerpo y que las noches de paredes frías se convertían en noches de labios calientes. Y soñaba también que le decía “esta noche por fin salgo de aquí, verás qué bella es mi ciudad”. Le enseñaría las puestas de sol, las noches en el puerto, la playa en Octubre... todas las cosas que hacían que un día cualquiera fuera inolvidable precisamente por eso, porque había empezado siendo un día cualquiera. Él quería días cualquiera, quería llenarlos de planes y que sus planes se llenaran de ella.

Uno tras otro, los años fueron pasando. Su pelo se había vuelto blanco pero apenas se daba cuenta porque sus ojos poco a poco se le habían ido apagando. Para María también había pasado el tiempo, pero seguía siendo lo mejor de cada día en la vida de aquel viejo soñador. Pero cuando durante tres días seguidos esa persiana dejó de subirse, algo tembló dentro de él.

A nadie le extrañó que su vida también se fuera apagando desde ese momento. En realidad, todo se reducía a que antes cada día era un día más, y ahora cada noche sólo pensaba: “un día menos”. Entonces su alma volvió a vivir encerrada, como antes de conocer a María. Entonces se dio cuenta de lo que aquella mujer había conseguido: hacerle feliz día tras día sin ni siquiera saberlo, hacerle sentir más libre que muchos de los que estaban fuera de aquella celda. Darle un motivo para soñar, el motivo más bonito del mundo.

No podía hacerse a la idea de que no iba a verla más. Sabía perfectamente que las personas llegan y se van, pero se negaba a asumir que María había desaparecido para siempre. Que ya no iba a haber ni amaneceres, ni puestas de sol, ni paseos por la playa junto a ella. También sabía que su condena era para siempre y que, siendo realistas, eso jamás hubiera podido pasar. Sí, todo eso era verdad. Pero también sabía que María había encendido una llama que jamás había pensado que podía encenderse en él: la llama de la ilusión. La llama que mantenía su vida encendida, aunque sólo fuera por levantarse un día cualquiera y que de repente apareciera a lo lejos ella con su sonrisa y sin articular palabra, sin ni siquiera darse cuenta de que alguien la miraba y como cada día desde hacía muchos años, le dijera que la vida puede ser preciosa.


(Escrito por Diego García en Marzo de 2009, basado en una de las más maravillosas canciones que se han escrito jamás)


miércoles, 4 de marzo de 2009

Por todas las rutas que van al corazón



Hoy voy a hablaros de una especie que nos rodea. Están entre nosotros. Cualquiera creería que son pocos, pero no os engañéis amigos: son más de los que parece. Incluso algunos dicen no pertenecer a ese grupo, pero en realidad sólo pretenden no aparentarlo. Ellos quieren ser como nosotros pero no lo consiguen, no todo el mundo puede ser de los nuestros. Incluso sé que hay gente que leerá esto y pensará: “Jo, yo quiero ser como ellos pero no lo consigo”. Os hablo, como ya habréis podido imaginar, de la gente que no cree en los cuentos de Disney.

Hace tiempo que dejé de enfadarme cuando escuchaba frases del estilo de “oye tú, que esto no es un cuento de Disney” o “quítate de la cabeza ya esa historia de princesas”. Ahora la sensación que me provoca escuchar eso es más bien una mezcla de gracia y pena.

Me hace gracia el conformismo de la gente.

Y me da pena la gente que no sueña. Pero me da mucha más pena la gente que quiere soñar pero no se lo permite a sí misma.

lunes, 2 de marzo de 2009

La vida que espero y esperaré

No nos engañemos. Alguien que escucha tangos de Gardel a las 2:30 de la madrugada, seis horas y media antes de jugarse en un solo examen cinco años de carrera, no es alguien del montón.

Ahí, en ese mismo momento, fue cuando me di cuenta de que algo tenía que cambiar. Tengo un pequeño problema de enfoque. Vale que de vez en cuando haya cosas que me dan un golpecito y me sacan de la carretera, pero estoy empezando a pensar que quizá mi trayecto no sea en línea recta, quizá voy haciendo “eses” y cuando me acerco al arcén, el mínimo toquecito me saca del camino.

Tengo una facilidad tremenda para meter en mi vida justo lo que no me hace falta, y últimamente está quedando más que demostrado. Ésta es la consecuencia número uno de algo que ya me auto-diagnostiqué hace mucho tiempo: tengo clarísimo el fin, pero no tengo ni puta idea de cuáles son los medios para conseguirlo. Y sí, este párrafo confirma vuestras sospechas: a falta de un argentino calvo y con barba, soy mi psicoanalista particular.

Pero no. La solución no es venirse abajo. No puedo hacerlo, no me lo puedo permitir. Sería una falta de respeto hundirse. Le faltaría al respeto a mi forma de ser, a mis sueños y sobre todo al camino que yo elegí seguir. Pararse a pensar que todo está muy mal no es para mí. Es para ellos. Aquellos a quienes no se les estremece la piel cuando escuchan una canción que les lleva a cuando la vida eran sólo dos o tres cosas. Los que se asoman a una ventana, miran la lluvia y sólo son capaces de pensar “mierda, me voy a mojar”. Los que entienden la palabra “viajar” sólo como moverse de un lado a otro. Ésos tienen derecho a lamentarse, a detenerse y pensar que la vida es una mierda. Que lo hagan. Llorar no es para mí. Llorar es para los del montón.

La gente que me conoce sabe cómo empecé el año. Hoy, sin insomnio, sin aquellos malditos temblores raros ni dolores de cabeza repentinos, sin esa ansiedad, con la carrera convertida en un recuerdo, con sonrisas así de grandes y saltos del sofá como el de ayer a las 20:51, con pequeñas ilusiones, habiéndole dado a cada persona su importancia real, con la cabeza un poco más desintoxicada... Hoy, como prometí hace ya unos días, vuelvo. Con la casa pintada de otro color, como habéis podido ver. Con algunos ajustes dentro de mí. Con otra mirada. Porque hoy, más que en cualquier otro momento de mi vida, comprendo perfectamente que NO HAY OTROS MUNDOS, PERO SÍ HAY OTROS OJOS.



La vida que espero y esperaré
a la sombra en el oasis que me inventé.
Como el sabio en las cumbres del saber,
soy alga en el mar de la calma;
soy tabla de mi propia salvación,
me quiero y me protejo de mi misma voz.

Llévame (con mi corazón yo suelo hablar)
donde reine un tibio sol,
a la luz de una espiga donde calentar
mis pies descalzos, o quizá donde andar.

Quien duda no espera
remanso en el agua fiera.
¿Qué pienso si siento
anhelos del sentimiento?
Mi risa, mi tiempo...
que crezcan ansiosos por enamorar.

Llévame (con mi corazón yo suelo ir)
al lugar donde nací,
a buscar caracolas al fondo del mar
que inunden mi paladar.

Despliego mis velas que hay que partir,
ahora canta el jilguero junto al rosal.
El alma remonta, quiere volar,
hoy es un gavilán en celo.

Candiles de aceite habrá que encender,
pintores holandeses mis manos mancharán.

En este altar antiguo que levanté
a lo alto de mis horas quiero subir,
como polen nuevo me quiero esparcir
en total abandono.

Candiles de aceite habrá que encender,
sin llaves a las puertas del instante estoy.

(“Sin llaves”, El Último de la Fila)