viernes, 26 de septiembre de 2008

La felicidad

Dos hombres estaban muy enfermos, ocupando la misma habitación de un hospital. Los dos estaban durante todo el día completamente tumbados por la enfermedad que tenían. Pero a uno de ellos se le permitía sentarse en la cama cada tarde, tenía problemas pulmonares. Una hora cada tarde, le dejaban sentarse en su cama. Este enfermo tenía la suerte de que su cama daba a la única ventana de la habitación y de que al menos una hora al día podía sentarse. Su compañero de cuarto tenía que estar todo el tiempo completamente tumbado.

Hablaban de sus mujeres, de su familia, de los hogares, de los trabajos, de dónde habían estado de vacaciones... y cada tarde, cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, pasaba el tiempo describiendo a su vecino todas las cosas que podía ver desde la ventana. El hombre de la otra cama empezaba a desear que llegara esa hora en que su mundo se ensanchaba y cobraba vida con todas las actividades y colores del mundo exterior. La ventana daba a un parque con un precioso lago con patos y cisnes que jugaban en el agua, mientras los niños lo hacían con sus cometas. Los jóvenes enamorados paseaban de la mano entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes árboles adornaban el paisaje, y se podía ver en la distancia una bella vista de la línea de la ciudad. Según iba describiendo el hombre de la ventana, con un gusto exquisito, la maravilla del paisaje, el del otro lado de la habitación, que estaba acostado, cerraba los ojos e imaginaba la idílica escena. Una tarde calurosa, el hombre de la ventana describió un desfile que estaba pasando. Aunque el otro hombre no podía oír a la banda, podía verlo con los ojos de su mente, exactamente como lo describía el hombre de la ventana con sus mágicas palabras.

Pasaron días y semanas. Una mañana, la enfermera de día entró con el agua para bañarles, encontrándose el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había muerto plácidamente mientras dormía. El enfermo de al lado se llenó de pesar y estuvo mucho tiempo deprimido, echando de menos esa hora en la que su compañero le hacía soñar. Ahora las tardes se le hacían eternas.

Tan pronto como lo consideró apropiado, pidió ser trasladado a la cama de al lado de la ventana. La enfermera le cambió encantada y, tras asegurarse de que él estaba cómodo, se fue de la habitación. Lentamente y con dificultad, el hombre se irguió sobre el codo para lanzar la primera mirada al mundo exterior. Por fin tendría la alegría de verlo él mismo. Se esforzó para girarse despacio y mirar por la ventana, y se encontró con una pared blanca. No se podía ver nada más que aquella vieja pared. Él se sorprendió. El hombre preguntó a la enfermera qué podía haber motivado a su compañero muerto para describir cosas tan maravillosas a través de la ventana. La enfermera le dijo que el hombre era ciego y que no habría podido ver ni la pared, y le indicó:
- “Quizá lo que aquel hombre pretendía era, simplemente, hacerle a usted feliz”.

[ Relato de Alberto Granados en su sección "Mente positiva" del programa Milenio 3 (22-10-2006) ]



1 comentario:

accolade dijo...

me parece tan triste esa historia
>.< snifff